El chachachá como todo género realmente popular no nació de la nada. Se originó como un proceso de evolución y de experimentación del joven violinista cubano Enrique Jorrín con el danzón, en la década de 1950. De ahí en adelante y con el auxilio de otras composiciones del mismo estilo, el nuevo ritmo conquistaría contundentemente a los oyentes y bailadores. En muy poco tiempo todo el continente estaba bailando, con diferentes grados de sabrosura por supuesto, el majestuoso chachachá.
Como el mismo Enrique Jorrín lo describía, el chachachá es un baile intermedio, ni muy despacio, ni muy rápido, lo que permitió al ciudadano común desplegar, sin prejuicios, sus normalmente limitadas capacidades dancísticas y al mismo tiempo disfrutar de la música.
La instrumentación básica consiste, además de las sección rítmica compuesta habitualmente por la percusión, el piano y el bajo, en una sección de cuerdas que traza un colchón armónico y rítmico sobre el que una flauta teje melodías sabrosamente confeccionadas. El chachachá comenzó a crear sus propias imágenes y mitos gracias al trabajo de la Orquesta Aragón, agrupación insigne de la música cubana, y de múltiples compositores como Richard Egües con su inefable "Bodeguero", Jorge Zamora, el popular Zamorita con "La basura" y "Señor Juez", además de Rosendo Ruiz, hijo, que con su "Rico Vacilón", y por supuesto con "Los marcianos", lograron mantener al chachachá en la mente popular.
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